Sugerencia número 1: Prestar mucha atención al apego y al vínculo desde el nacimiento. El viaje adictivo comienza desde el mismo momento que nacemos y entramos en contacto con nuestra primitiva identidad. Convivimos con los primeros estímulos y el apego y el vínculo empiezan a formar nuestro ser.
¿Qué es el apego y qué es el vínculo en adicciones? El apego se entiende como un vínculo con un lazo afectivo muy fuerte que determinará el desarrollo posterior de la personalidad del niño, su forma de relacionarse con los demás y con todo lo que le rodea. El apego también influirá en como se ve a sí mismo.
El vínculo significa unión, lazo, atadura, sujeción, relación entre dos cosas, dos personas o animales, o una persona y una cosa o animal. Pueden existir vínculos materiales, como el que une a alguien con sus bienes, vínculos espirituales, o vínculos de sangre que unen a los miembros de una familia entre sí, generando a su vez entre ellos también vínculos afectivos.
La vida de todos nosotros se condiciona a múltiples relaciones y al hábitat o entorno en el que desarrollamos nuestras actividades, generando, cuando esas relaciones persisten en el tiempo, vínculos de diversa índole, que pueden ser de amor o también de envidia, celos u odio. Es entonces que el viaje adictivo puede ya prevenirse y debe hacerse. Si prevenimos adecuadamente la adicción desde la infancia conseguiremos que los recuerdos de los vínculos afectivos sean en su mayoría positivos, abiertos, fáciles de conocer, autónomos, con alta autoestima y una imagen positiva de los demás.
Carecerán de problemas interpersonales graves y mostrarán confianza en los demás. Disfrutarán de un equilibrio entre las necesidades afectivas y la autonomía personal.[1]
Sugerencia número 2: Prestar mucha atención a los sentidos y a las nuevas tecnologías: Los niños no tienen capacidad crítica. Un vínculo adictivo en este momento puede ser lo que ven en la televisión, para ellos la realidad. Ellos imitan lo que ven. Películas, series, dibujos animados, tabletas, teléfonos inteligentes, imágenes de informativos, con escenas violentas o de contenido sexual y todo ello en su franja horaria.
Los nuevos espacios televisivos han desplazado los programas infantiles que en la actualidad sólo se pueden permitir los que tengan plataformas televisivas contratadas. Las personas cuentan cosas muy íntimas de explícito contenido sexual, por dinero, que evidentemente pueden convertirse en modelos o ejemplos para unos niños que no han desarrollado aún el sentido crítico. Los modelos de éxito que existen hoy pueden ser engañosos.
Más de una hora diaria es mucho para los niños y no debe llegar a las dos para los adolescentes. No se debe ver la televisión a oscuras, o con escasa luz. Y los niños no deben verla solos. Es muy importante que los padres sepan siempre lo que los niños ven, que se sienten con ellos y les pregunten acerca de lo que entienden o asimilan de determinados programas.[2]
Compartir desde el mundo en evolución de ellos puede ser una experiencia más que edificante. Se pueden escoger, grabar y decidir un horario especial para dedicar ese tiempo interactivo junto a ellos. Se trata de una inversión de futuro.